El cáncer de cuello uterino o de cérvix se produce en las células del cuello uterino en la parte inferior del útero que se conecta a la vagina, causado por el virus del papiloma humano (VPH), que se contagia por contacto sexual.
Las mujeres que tienen mayor riesgo de padecer cáncer de cuello uterino, son las que fuman, las que han tenido muchos hijos, las que han utilizado pastillas anticonceptivas por mucho tiempo.
El cáncer cervical es uno de los cánceres femeninos más frecuentes.
La Organización Mundial de la Salud recomienda que todas las mujeres en edad fértil pasen controles ginecológicos al menos una vez cada dos años, con el fin de prevenir ésta y otras enfermedades ginecológicas. Por ello, la mayoría de las mujeres occidentales se someten periódicamente a una prueba de toma de muestra cervical, conocida más comúnmente como citología, o también llamada prueba de Papanicolau, y que sirve para detectar cambios celulares que preceden al cáncer. Es importante saber que esta prueba puede informar sobre lesiones del cuello del útero, que sin ser cáncer pueden con el tiempo conducir a él, de ahí que sea tan valiosa para la prevención y el diagnóstico precoz de esta enfermedad en mujeres aún sanas.
Esas lesiones cervicales suelen ser cambios celulares tempranos que tardan años en convertirse en cáncer y, en algunos casos, pueden desaparecer por sí solos. La mayoría de los resultados anormales de las pruebas cervicales no se corresponden con un diagnóstico evidente de cáncer, pero sí avisan de la clara posibilidad de que el tejido pueda degenerar hasta ese punto en años venideros. Uno de estos posibles cambios precancerosos es el que recibe el nombre de CIN (Neoplasia Cervical Intraepitelial). Si el CIN se deja evolucionar sin tratamiento, desemboca casi siempre en cáncer de cérvix.
Los dos tipos de cáncer cervical más frecuentes son el cáncer de células escamosas (también llamado epidermoide) y el adenocarcinoma. El más frecuente es el primero, el epidermoide.